Deporte_Musica_convivencia

Ecos de Villalar, por Alfonso Vázquez Vaamonde, 30 de Diciembre de 2024

Nunca jugué al rugby, pero sí vi aquellos partidos de televisión cuando sólo había dos cadenas; los sábados daban la liga de las cinco naciones. Lo de la “patada a seguir” me parecía una expresión feliz. Nuestra vida es una pura “patada a seguir”. En ella, siendo importante la patada individual su éxito depende de las circunstancias y de la colaboración.


Lo divertido de un deporte, en realidad de cualquier cosa que se haga, es hacerlo. El placer de intentarlo es grande, aunque si nos domina el displacer del esfuerzo, no siempre disfrutamos el placer del progreso. El recuerdo del éxito es intenso, también del esfuerzo previo, el de su dura perseverancia permanece inolvidable. Un día me crucé con mi director de tesis. Volvía de dar una clase; sin duda, le saliera muy bien porque estaba exultante. Me agarró del hombro y me dijo: Vázquez, si en el Ministerio se enteraran de lo mucho que he disfrutado hoy, me bajarían el sueldo”. “Sí, me lo explico, contesté, cuando a uno le sale algo tan bien como pretendía es terriblemente satisfactorio”. Y disfruté con su satisfacción. Ese es otro de sus beneficios compartir la satisfacción ajena expande el placer propio.

Allá por los sesenta del siglo pasado un socio del Madrid aplaudió una jugada del equipo visitante que acabo en un gol contra su equipo. Algunos socios lo denunciaron al club para que lo expulsaran. No recuerdo si el club apoyó al denunciado o a los denunciantes, pero el asunto acabo en sede judicial. El juez falló a favor del denunciado: “Me gusta el futbol, dijo al juez, y disfruto viendo un buen partido. Si veo una buena jugada la aplaudo; su autor se lo merece. Negarle ese reconocimiento es propio de gente ruin; por eso yo soy socio del Madrid”. Nada en él merece reproche. Me recordó aquel verso del “Cantar del mío Cid”: “que buen vasallo si hubiese buen señor”. Y es cierto. A todos nos iría mejor con más gente así. Por eso considero humillante para sus votantes el espectáculo de algunos políticos en el Congreso. No los representan. ¿O sí?


Me gusta la música. No toco ningún instrumento ni medianamente bien, pero disfruto en los conciertos de músicos o cantantes hacen un trabajo excelente. Su trabajo crea una especial comunidad de placer: el músico se siente bien al bien lo bien que está tocando; los que lo escuchamos y lo apreciamos percibimos además su satisfacción. De todo ello surge la orgía del auditorio que aplaude agradecido ese regalo y del músico agradecido porque a su propia satisfacción se le añade la de ver cómo se aprecia la calidad de su trabajo. El placer compartido adquiere una magnitud exponencial. Se cuenta la anécdota de una oyente que se acercó a un intérprete al final del concierto y le dijo: “maestro, por tocar como Vd. ha hecho daría mi vida”. Él la miro y con una sonrisa le respondió: “eso he hecho yo”.


Por desgracia, el sistema educativo incluye algo tan placentero como aprender a leer el lenguaje más universal, la música, a tocar un instrumento y/o a cantar en coro. Está excluida del “curriculum” escolar la creación de coros y orquestas. Nunca estuvo incluida pese a ser la vía que mejor fomenta la convivencia y elimina la discriminación y el abuso escolar. Mucho más que la educación física. La unión de esfuerzos no para derrotar a nadie, sino para disfrutar todos.


Se busca la propia perfección disfrutando de la ajena. No hay derrotados. Todos son vencedores. Nadie deja de apreciar la calidad de otro músico o cantante. Y aunque pueda sentir envidia se disfruta del placer del trabajo ajeno. Como hizo aquel ejemplar socio del Madrid.


Este tipo de actividades comunitarias hace mejor a cada uno en la búsqueda de un objetivo que aprecia la calidad del trabajo individual que aumenta la calidad del resultado colectivo con el éxito del trabajo conjunto. El mejor cantante o musico no puede sobresalir sobre los demás de la misma cuerda cuando toca en la orquesta o canta en el coro. Es toda una educación en la humildad del anonimato. Sólo cuando toca o canta como solista, pero ahora su trabajo individual es parte también del trabajo conjunto. Cantan o tocar juntos es la “patada a seguir”, la búsqueda de la perfección común; la “sinfonía”, palabra que en griego significa “de acuerdo”.” Acorde”, varias notas simultáneas, viene el latín “ad cordis”, al corazón. Ese conjunto armónico nos mueve sus fibrillas y potencia la belleza individual de cada una al conjugarse bien.


La deficiente educación musical explica la discordancia en el Congreso, con los vecinos, en el trabajo, etc. Respetar la norma musical tiene un premio inmediato; el que perdemos en nuestra vida diaria por no respetar las normas de convivencia. La libertad individual se potencia al respetar la norma musical y es muy gratificante. Lo mismo ocurriría si se ejerciera en la convivencia diaria. Dejémonos, pues de estridencia. Intentemos el acorde en 2025.

Abogado. – Doctor en Química Industrial. – Secretario General “Centro de Estudios Ateneos”.

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